2021, estamos ante la consolidación de la Smart City Orquestada. Un nuevo concepto de ciudad pensado y diseñado para multiplicar exponencialmente el impacto de las iniciativas promovidas por cada área de competencia municipal. Ahora sí, más que nunca, se tiene la convicción de que una verdadera transformación digital es posible. La Smart City con Propósito ha venido para quedarse.
Convertirse en una ciudad en inteligente (smart) es el objetivo de, prácticamente, todos los núcleos urbanos de referencia, a nivel nacional e internacional. Por ello, en casi todos los planes estratégicos municipales este aspecto ocupa un lugar muy destacado.
Sin embargo, para mí, el hecho de convertirse en inteligente no debería de ser tanto un objetivo, sino más bien un propósito. Porque cuando existe un propósito de fondo, todas las acciones, en mayor o menor medida, buscan un mismo bien común. de forma que hay un sentimiento, un espíritu de equipo, que ayuda a seguir siempre adelante.
Y es que ciudades y tecnología es un binomio que para nada es nuevo. Desde siempre se han intentado emplear los últimos avances tecnológicos para dotar a los ciudadanos de los mejores servicios. Así, algo que tenemos tan normalizado como puede ser un semáforo posee detrás una importante infraestructura tecnológica para poder controlar el tráfico a nuestro antojo.
La cuestión es que, hasta hace no mucho, todas estas iniciativas se implementaban de forma aislada. Es decir, no había un propósito de fondo, sino un objetivo concreto. Se cumplía dicho objetivo y se planteaban otros nuevos y así sucesivamente. No existía, por tanto, un plan orquestado desde el que pudiéramos valorar esos objetivos con una visión más global.
Así, la repercusión de cada objetivo logrado era limitada. En muchas ocasiones, la implementación de una solución no resultaba ser lo transformacional que se esperaba, en un principio. No tenía el impacto esperado, por decirlo de otro modo. Lo cual, al final, llevaba al desánimo respecto a la verdadera repercusión que una Smart City podía tener.
Evidentemente, la evolución hasta esta Smart City orquestada no ha sido de un día para otro. Tras comprobar como las iniciativas aisladas en el mundo de las TICs, la energía o la movilidad, no repercutían al nivel esperado, se dio paso a la agrupación de propuestas bajo un enfoque holístico en busca de potenciar las sinergias. Y a partir de ahí, se incorporaron conceptos tan necesarios como la inclusión e innovación social o la economía colaborativa.
A día de hoy, las Smart City con Propósito buscan aportar valores en forma servicios responsables a sus ciudadanos. Una ciudad dónde la tecnología es un medio para un fin y no un actor principal, como lo era antes. Una ciudad que, ahora sí, conoce al detalle a sus actores principales, sean recurrentes (ciudadanos) o esporádicos (turistas), poniendo a su disposición unos servicios sostenibles que comulgan con los valores que la rigen. Todo un avance, se mire por dónde se mire.
Por tanto, la transición hasta este modelo ideal, fundamentado en valores, demanda, primero de todo un cambio general de mindset respecto al concepto de Smart City. Concibiéndola, ahora sí, como un nuevo modelo de gestión integral sostenible. Por decirlo de otro modo, las tecnologías y las certificaciones ahora han pasado a un segundo plano poniendo los intangibles en primer plano.
Este nuevo modelo, además, resulta absolutamente imprescindible para tener la capacidad de soportar el inexorable crecimiento poblacional que se espera, sobre todo, en los grandes núcleos urbanos. Es decir, el fin de la implementación de la Smart City será sobre todas las cosas, el de garantizar unos estándares de bienestar adecuados a una población cada día más numerosa y, por qué no decirlo, cada día más exigente.
Y como principal medio para conseguir ese fin de la Smart City con Propósito están los Planes Estratégicos y Directores. Términos que, en ocasiones, tienden a confundirse a pesar de que cuentan con notorias diferencias respecto a sus alcances, visiones, horizontes temporales o niveles de detalle.
Por un lado está el Plan Estratégico, el documento maestro que recoge la misión, visión, valores y líneas estratégicas de la ciudad para alcanzar el mentado propósito. Compete a todas las áreas de gobierno de forma transversal, con un nivel de detalle amplio y un horizonte temporal de 3-5 años.
Y por el otro lado el Plan Director, el documento de referencia a nivel área de gestión o departamento que permite implementar precisamente esas líneas estratégicas, marcadas en el Plan Estratégico. Compete por tanto, a un única área o departamento, con un nivel de detalle alto y un horizonte temporal de máximo 1 año. Y es precisamente en este punto dónde puedes contar Inforges: nuestra dilatada experiencia como consultora, al servicio del Plan Director de tu Smart City.
Áreas de actuación, dónde se puede ejecutar un Plan Director.
Luego, a modo síntesis, se podría decir que el Plan Director aterriza por áreas, las líneas marcadas por el Plan Estratégico, con el fin de garantizar que el propósito global se alcanza. Con esta estratificación nos aseguramos que todas las áreas van a tener una forma de proceder holística. Luego, sobre el papel, es el modelo organizativo ideal.
Sin embargo, existe un gran problema cuando este modelo se aplica a las Smart Cities: el de los tiempos de la administración pública. Un problema que podemos sinterizar en varias líneas:
- Mientras un Plan Estratégico se diseña a 3-5 años, los órganos de gobierno se eligen cada 4 años. Si tenemos en cuenta que solamente hacer el análisis consultivo inicial para conocer el estado de la ciudad es ya de por sí un arduo trabajo, lo que nos queda de tiempo restante en dicha legislatura no es suficiente, en ningún caso, para poder corroborar si las medidas puestas en marcha están surtiendo el efecto deseado.
- Si los órganos de gobierno cambian cada 4 años, del mismo modo lo pueden hacer los Planes Estratégicos. Si un nuevo partido entra en el gobierno, lo normal es que medidas de este tipo se paralicen, y en muchos casos no tengan continuidad porque decidan “hacerlo a su modo”, incluso partiendo desde cero.
- Los Planes Directores son, por sus plazos, acciones más fáciles de poner el valor dentro de esos 4 años, sin embargo precisan de la aprobación previa del Plan Estratégico, por lo que, al final, su recorrido es acotado. Mientras el Plan Estratégico es más generalista, el Plan Director supone bajar al detalle y, por tanto, suele requerir de empresas externas especializadas que hagan la labor de consultoría. Esto supone, sobre todo en núcleos de gran tamaño, contratos mayores objeto de licitación pública, lo cual demora sobremanera cualquier puesta en marcha.
- Además, muchas iniciativas se mueven al compás de ayudas públicas, cuyos tiempos de convocatoria y resolución son, en muchos casos, inciertos. Perfectamente se puede dar el caso de que se solicite una ayuda con un gobierno cuya resolución no dé margen de maniobra dentro de la legislatura vigente. O incluso, que dicha resolución llegue con un gobierno distinto en el poder.
Son problemáticas que en otros ámbitos, como puede ser una empresa privada, serían impensables, de ahí que en muchas ocasiones se demande que la administración pública, en temas de esta importancia, debería regirse por los principios de un ente privado, ya que, al final, el primer perjudicado por esta coyuntura tan compleja es el ciudadano.
Para demostrar que la estabilidad institucional es importante sólo hace falta remitirse a los datos. A excepción de Barcelona, cuya convulsa situación política la ha convertido en la excepción que confirma la regla; todas las Smart Cities de referencia en España tienen un partido político de cuna que ha perdurado en el tiempo de forma muy mayoritaria:
- Málaga – Desde el 1.995 con el mismo partido.
- Santander – Desde el 1.987 con el mismo partido.
- Sevilla – Desde el 1.999 con el mismo partido, a excepción de 1 legislatura.
- Madrid – Desde el 1.999 con el mismo partido, a excepción de 1 legislatura.
- Benidorm – Desde el 1.991 con el mismo partido, a excepción de 1,5 legislatura.
- Barcelona – Desde el 1.979 con el mismo partido, a excepción de 3 legislaturas.
Pero, ¿Cómo podríamos lograr esa ansiada línea continuista en el desarrollo de la Smart City orquestada? La respuesta, obviamente, no es sencilla, pero bajo mi punto de vista la clave está en la creación de una Comisión Smart City Local, apolítica e independiente del órgano municipal. Una comisión cuya creación dependería de la firma de un acuerdo entre partidos políticos que garantizara que su desempeño en ningún caso se va a ver comprometido por la situación política reinante.
Evidentemente, esta condición no eximiría de que los tiempos de cada legislatura son los que son. O de que las ayudas públicas van al ritmo que van. Pero sí que garantizaría que todos los esfuerzos se canalizan en el mismo sentido. Que las medidas están basadas en el dato empírico y no en intereses partidistas y, sobre todas las cosas, que se pone por fin foco absoluto en el ciudadano.
En este sentido, el órgano más similar que existe, a día de hoy, es la Comisión de Smart Cities de Ametic, que promueve la generación de oportunidades para el ecosistema nacional. Es una Comisión liderada por Adolfo Borrero y que está formada por más de 120 empresas del sector. Entre sus tareas más destacadas está la de la organización de grupos de trabajo para la definición de estrategias, estándares y acciones concretas que puedan apoyar al Ministerio en sus políticas.
Luego, de alguna forma, este órgano valida la idea de que una Comisión Local Independiente puede ser una grandísima solución para impulsar el desarrollo local de cada Smart City. Una apuesta clara por el bien común, por la estabilidad, por la creencia de que un mejor mañana es posible, y está al alcance de nuestra mano.
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